Aquí les dejo otro espisodio de los avatares de la Pelirroja de pechos pequeñitos
CONDONES AUTOGRAFIADOS
Estando sentado en una de las bancas de la plaza Río de Janeiro, el grito del vendedor ambulante de periódico me rescató del momentáneo ensimismamiento en el que me encontraba. El hombre, armado con un megáfono portátil, vendía como pan caliente los diarios en el mismísimo lugar de los hechos -¡Enteeerese cómo el famooooso gooordo Lopereeena se quitooooó la vida por cuuulpa de uuuna pelirroooja que lo despreciooooó! Realmente picado por la curiosidad, busqué unas monedas en mi bolsillo y me dispuse a hojear lo que en realidad era una gacetilla y no el diario habitual.
Los terribles acontecimientos habían sucedido la noche pasada al interior del edificio conocido en la zona como “La Casa de las Brujas”, quizá porque en su arquitectura había pequeños rasgos de castillo medieval. En aquella construcción habitaban algunos personajes un tanto excéntricos, entre ellos un elegante calamar, dedicado en cuerpo y alma al saxofón y a las drogas y por supuesto, el famoso y ahora difunto “Gordo Loperena”, un hombre maduro, en exceso callado que cargaba sobre sus pies unos ciento cincuenta kilos de peso y que hasta el día anterior había sido director de una compañía de teatro con cierto prestigio.
Hacía algunos meses vivía en uno de los departamentos una linda chica pelirroja con exuberantes caderas y pechos pequeñitos, quien, según se especulaba, era la perdición de cuanto hombre se enamoraba de ella. La extravagante pelirroja se hacía llamar Edna Hunter, aunque todos sabían que tenía la costumbre de cambiar su nombre cada que se le ocurría.
De acuerdo a los testimonios de los vecinos, la chica vestía siempre con unos diminutos pantaloncillos que apenas cubrían sus firmes glúteos, calzada con altas plataformas siempre plateadas; su maquillaje era simple, pero contundente: los labios y las cejas en color violeta contrastando con el fuego de sus cabellos. La exótica joven trabajaba a un lado del Hotel Savoy, en una condonería donde se expendían un sinnúmero de modelos de preservativos, dentro de los cuales destacaban algunos estampados con la figura de Kalimán, un héroe de historietas tocado con un ridículo turbante. El éxito del negocio consistía en la seriedad con la que la joven atendía a sus clientes y siempre que lo solicitaran, firmaba con su nombre la caja de preservativos.
De regreso a su departamento, todas las noches, nuestra protagonista cepillaba su cabellera asomada a la ventana, orientada justo frente a la de Loperena, quien invariablemente la observaba simulando leer el periódico.
A decir de Ifigenia del Alba, la inquilina tarotista del apartamento 13, Edna Hunter, después del ritual con su melena, disfrutaba acariciándose muy lentamente y siempre con los dedos meñiques, sus púberes pezones, ante la mirada absorta de su obeso vecino, hasta que pasada la media noche, ambos se retiraban a dormir para repetir aquella silenciosa rutina al anochecer siguiente.
La tarde del jueves, la chica había roto la monotonía del juego, pues llegó ebria y acompañada por un desagradable escorpión azul y chimuelo con quien de vez en cuando se reunía para tomar algunas margaritas y besarse, quizá para olvidar su incapacidad de relacionarse con gente normal.
Cuando encontraron el cadáver del director, desangrado en su bañera, hallaron también, a un lado del espejo, una cajilla de condones firmada con el nombre de Ana Evans y por el otro lado unos trémulos garabatos con la leyenda: “Lo insoportable de compartirte …”
CONDONES AUTOGRAFIADOS
Estando sentado en una de las bancas de la plaza Río de Janeiro, el grito del vendedor ambulante de periódico me rescató del momentáneo ensimismamiento en el que me encontraba. El hombre, armado con un megáfono portátil, vendía como pan caliente los diarios en el mismísimo lugar de los hechos -¡Enteeerese cómo el famooooso gooordo Lopereeena se quitooooó la vida por cuuulpa de uuuna pelirroooja que lo despreciooooó! Realmente picado por la curiosidad, busqué unas monedas en mi bolsillo y me dispuse a hojear lo que en realidad era una gacetilla y no el diario habitual.
Los terribles acontecimientos habían sucedido la noche pasada al interior del edificio conocido en la zona como “La Casa de las Brujas”, quizá porque en su arquitectura había pequeños rasgos de castillo medieval. En aquella construcción habitaban algunos personajes un tanto excéntricos, entre ellos un elegante calamar, dedicado en cuerpo y alma al saxofón y a las drogas y por supuesto, el famoso y ahora difunto “Gordo Loperena”, un hombre maduro, en exceso callado que cargaba sobre sus pies unos ciento cincuenta kilos de peso y que hasta el día anterior había sido director de una compañía de teatro con cierto prestigio.
Hacía algunos meses vivía en uno de los departamentos una linda chica pelirroja con exuberantes caderas y pechos pequeñitos, quien, según se especulaba, era la perdición de cuanto hombre se enamoraba de ella. La extravagante pelirroja se hacía llamar Edna Hunter, aunque todos sabían que tenía la costumbre de cambiar su nombre cada que se le ocurría.
De acuerdo a los testimonios de los vecinos, la chica vestía siempre con unos diminutos pantaloncillos que apenas cubrían sus firmes glúteos, calzada con altas plataformas siempre plateadas; su maquillaje era simple, pero contundente: los labios y las cejas en color violeta contrastando con el fuego de sus cabellos. La exótica joven trabajaba a un lado del Hotel Savoy, en una condonería donde se expendían un sinnúmero de modelos de preservativos, dentro de los cuales destacaban algunos estampados con la figura de Kalimán, un héroe de historietas tocado con un ridículo turbante. El éxito del negocio consistía en la seriedad con la que la joven atendía a sus clientes y siempre que lo solicitaran, firmaba con su nombre la caja de preservativos.
De regreso a su departamento, todas las noches, nuestra protagonista cepillaba su cabellera asomada a la ventana, orientada justo frente a la de Loperena, quien invariablemente la observaba simulando leer el periódico.
A decir de Ifigenia del Alba, la inquilina tarotista del apartamento 13, Edna Hunter, después del ritual con su melena, disfrutaba acariciándose muy lentamente y siempre con los dedos meñiques, sus púberes pezones, ante la mirada absorta de su obeso vecino, hasta que pasada la media noche, ambos se retiraban a dormir para repetir aquella silenciosa rutina al anochecer siguiente.
La tarde del jueves, la chica había roto la monotonía del juego, pues llegó ebria y acompañada por un desagradable escorpión azul y chimuelo con quien de vez en cuando se reunía para tomar algunas margaritas y besarse, quizá para olvidar su incapacidad de relacionarse con gente normal.
Cuando encontraron el cadáver del director, desangrado en su bañera, hallaron también, a un lado del espejo, una cajilla de condones firmada con el nombre de Ana Evans y por el otro lado unos trémulos garabatos con la leyenda: “Lo insoportable de compartirte …”
No hay comentarios:
Publicar un comentario