martes, 15 de septiembre de 2009

Sabia equivocación

Nueve de la mañana. Mientras le pego el último mordisco a mi cruasán del desayuno, observo desde mi mesa a una pareja que discute acaloradamente. Ella, contenida, escucha los argumentos que él expone a voz en grito:

-Te equivocaste, reconócelo, te equivocaste, y eso -concluye blandiendo su dedo acusador-, no te lo permito.

-¿Quién eres tú para permitirme o no, equivocarme? -contesta ella airada-. Tú tienes la culpa de todo. Si no lo hubieras propuesto, ahora no estaríamos en este lío.

-Díselo tú -ordena él.

-¿Por qué yo? -replica ella.

Y en ese rifirrafe de acusaciones mutuas consumen como si nada un bocadillo de equívocos y responsabilidades evaporadas, salpimentado de miedos. Una vez digeridos, se levantan y sin llegar a ninguna conclusión útil desaparecen por la puerta. ¿Por qué hay tanto miedo a equivocarse y a asumir la culpa como un nuevo camino para avanzar o rectificar? ¿Cuántas acciones se quedan en meros proyectos por el solo temor a que tal vez no sean los correctos?

Mientras mantengamos vivo el fantasma del miedo a equivocarnos, a no arriesgar ni un ápice, nuestros pies y cerebros permanecerán sembrados en la parálisis. Acomodados en la poltrona de la facilona certidumbre. ¿Cuántas grandes realidades mundiales, cuántos maravillosos experimentos con final feliz tuvieron su base en la posibilidad de errar? Una equivocación responsable termina siendo en muchos casos la vía más sabia.

1 comentario:

  1. Totalmente de acuerdo ya que el que no se expone, no propone, no toma la iniciativa, no se equivoca, no la riega, no asume responsabilidades; aquel que navega por la vía fácil adopta la postura del que quiere latir con el corazón de los demás.

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