El Hombre de la Risa y el Olvido
Con pasos largos caminaba cadenciosamente con dirección a la estación San Cosme del Metro. No sólo los hombres, también el sector femenino se distraía para mirarla, mientras ella lamía su helado de chocolate, que como era su costumbre, los martes compraba, invariablemente en la equina de Ribera de San Cosme y Rosas Moreno.
A introducir su boleto en el torniquete de entrada, sonrió amablemente al policía que custodiaba el orden y atrayendo más miradas se dirigió al andén.
Después de mirar su reloj repetidas veces y habiendo dejado marchar varios trenes, la bella pelirroja abordó por fín a las 19:00 hrs. como siempre lo hacía, en la puerta que habitualmente elegía para ir hacia el área del vagón de su preferencia.
Ahí estaba él. No fallaba, sentado en el mismo sitio. Vestía de forma sobria en tono sepia y leía o fingía leer las páginas amarillentas del “Libro de la Risa y el Olvido” de M. Kundera. De manera “accidental”, la niña de fuego se colocaba muy cerca del hombre y buscaba tocar, muy sutilmente, con la puntita de su plateada zapatilla, la punta del mocasín de aquel sujeto que ansioso esperaba el evento que se repetía cada semana sin mediar palabra alguna entre ellos.
Fernando pertenecía a esa clase de hombres que pasan inadvertidos para la mayoría de la gente, sin embargo y fijándose bien, su particularidad consistía en que su mano izquierda sólo tenía dos dedos, el índice y el medio, con los cuales tamborileaba sobre su muslo una imaginaria cancioncilla, mirando fijamente aquel zapato femenino la veintena de veces que la insistente mujer tocaba el suyo. Por su parte, Greta Williams, disfrutaba aquella nada común práctica erótica, pero lo que más llamaba la atención es que mientras él se aplicaba con la tonadilla de los dedos, ella no le quitaba la vista a esa peculiar mano, pasando de pronto la lengua por sus sensuales labios, hasta bajarse de manera apresurada en la estación Pino Suárez, para dejar ensimismado en la misma página del libro al taciturno Fernando que desde ese momento comenzaba a pensar en el martes siguiente.
Con pasos largos caminaba cadenciosamente con dirección a la estación San Cosme del Metro. No sólo los hombres, también el sector femenino se distraía para mirarla, mientras ella lamía su helado de chocolate, que como era su costumbre, los martes compraba, invariablemente en la equina de Ribera de San Cosme y Rosas Moreno.
A introducir su boleto en el torniquete de entrada, sonrió amablemente al policía que custodiaba el orden y atrayendo más miradas se dirigió al andén.
Después de mirar su reloj repetidas veces y habiendo dejado marchar varios trenes, la bella pelirroja abordó por fín a las 19:00 hrs. como siempre lo hacía, en la puerta que habitualmente elegía para ir hacia el área del vagón de su preferencia.
Ahí estaba él. No fallaba, sentado en el mismo sitio. Vestía de forma sobria en tono sepia y leía o fingía leer las páginas amarillentas del “Libro de la Risa y el Olvido” de M. Kundera. De manera “accidental”, la niña de fuego se colocaba muy cerca del hombre y buscaba tocar, muy sutilmente, con la puntita de su plateada zapatilla, la punta del mocasín de aquel sujeto que ansioso esperaba el evento que se repetía cada semana sin mediar palabra alguna entre ellos.
Fernando pertenecía a esa clase de hombres que pasan inadvertidos para la mayoría de la gente, sin embargo y fijándose bien, su particularidad consistía en que su mano izquierda sólo tenía dos dedos, el índice y el medio, con los cuales tamborileaba sobre su muslo una imaginaria cancioncilla, mirando fijamente aquel zapato femenino la veintena de veces que la insistente mujer tocaba el suyo. Por su parte, Greta Williams, disfrutaba aquella nada común práctica erótica, pero lo que más llamaba la atención es que mientras él se aplicaba con la tonadilla de los dedos, ella no le quitaba la vista a esa peculiar mano, pasando de pronto la lengua por sus sensuales labios, hasta bajarse de manera apresurada en la estación Pino Suárez, para dejar ensimismado en la misma página del libro al taciturno Fernando que desde ese momento comenzaba a pensar en el martes siguiente.
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